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RADIOGRAFÍA DE UN INFELIZ por Carlos Alberto Ricchetti

Actualizado: 10 may 2021


"¿De qué se quejan algunos? ¿O quieren vivir como ricos, mandar a los hijos a la universidad? ¡Con todos los abogados, ingenieros y doctores que tenemos!”.

En la penumbra de un bombillo titilante, a punto de brindar su haz de luz por última vez, yace uno de los tantos colombianos preocupados. Mañana no será cualquier día. Acaso dará la impresión de ser otro más, dentro de los parámetros de un continuismo estoico, interminable, sacrificado. Por ello, son las tres de la mañana y no atina a pegar un ojo. Ante la eventualidad, nada mejor que permanecer sintonizado a los canales oficiales. Bajo la óptica catódica de un pequeño televisor, robando la señal de cable a algún vecino descuidado, alerta los acontecimientos del país, de sus devaneos, del mundo circundante. De pronto, se anuncia a viva voz, con bombos y platillos, otro golpe propinado a la guerrilla y el hombre, esquiva la monotonía, cumple el propósito de despegarse de las cuestiones materiales que lo aquejan. Piensa: “¡Que presidente que tenemos! ¡Uribe es un berraco!” Transcurrida la primera emoción, redescubre mil interrogantes dentro del inhóspito recoveco de su mente. Cree en Dios, más por costumbre que por convicción. Pronto le cortarán el suministro de agua, de gas, de luz y sus rezos no podrán impedirlo. A pesar que le inculcaron de niño un vago sentido de espiritualidad, no le interesa profundizar los hechos aunque el tiempo le sobre. La fábrica de zapatos donde operaba, cerró sus puertas. No pudo competir con las mercaderías chinas, elaboradas al precio de un puñado de arroz por obrero. Junto a él, quedaron sin trabajo doscientas personas. Mal de muchos, consuelo de tontos. “Es por la crisis”, se dijo a sí mismo. En todos lados las cosas están mal. No se puede hacer nada…”. Pero reconoce que está preocupado, precisamente, porque nada escapa de lo normal. A la jornada calurosa, precede la llovizna. Siente hambre. La nevera se encuentra vacía, a excepción del sobrante de una sopita de huevo y un trozo de arepa. El resto es tres o cuatro tazones de panela sobre la hornilla de la cocina. ¡Se siente salvado! ¡Descubre dos monedas, una de quinientos y otra de cien pesos, ocultas en la costura arrugada del bolsillo del jean remendado! La existencia no puede ser más maravillosa. Experimenta la felicidad. “Con esto tendré para comprar el desayuno para los niños. Luego le preguntaré a mi esposa si le sobran cuatrocientos, a ver si ambos también podemos comer algo”. Sus preocupaciones siguen latentes, firmes. Sólo el surgimiento momentáneo de soluciones, con fuerza de aparecer como salidas definitivas, parecen aliviarlo, le obsequian un margen de tiempo para dedicarse a cuestiones de igual importancia. Atlético Nacional, su equipo de fútbol favorito, juega hoy por la Copa Libertadores. Le interesa saber si el delantero Galván Rey se recuperó de la lesión del domingo, al trabar el balón con un mediocampista de América de Cali, cuyo nombre no le viene a la mente. Mala fortuna: A último momento, el corresponsal que cubría el entrenamiento del “verde”, confirmó la baja al menos por dos semanas. Tras los anuncios publicitarios, el noticiero cubre las denuncias de un senador opositor, acerca de los crímenes de las autodefensas. En el cerebro del hombre, con la vitalidad del botón de un concurso de preguntas y respuestas, se enciende la palabra mágica: Terrorista. “Podrá decir lo que quiera del presidente, pero nadie le ha podido probar nada”, argumentó de nuevo para sus adentros. “Y si llegara a ser paraco; ¿qué importa, si dentro de poco va a acabar con la guerrilla? Prefiero a los paramilitares. Son mejores, al menos porque mantienen alejados a los guerrilleros”.Luego de un breve lapso, hizo más énfasis en sus ideas. “En Colombia se vive bueno. Ahora hasta se puede pasear. No como antes, que había retenes y “pescas milagrosas”. Eso de que hay hambre y no hay trabajo, es mentira. Lo dicen porque quieren sacar a Uribe. No trabaja el que no quiere. Rebúsquese, como hago yo… ¡Ponga un puesto de arepas y verá!...”. El hombre tiene verdades concretas avalando tamaño optimismo. Puede ir y venir; duda como podrá gastar en esa libertad curiosa que el gobierno le ofrece, pero aquello le alcanza. Tal vez le sobre. Positivo hasta la médula, se considera “de lavar y planchar”. Posee la sana costumbre de alejarse de las voces apocalípticas, nefastas, porque suele comprobar cuanto se equivocan; como todo se arregla con tan poco y por más grave que pueda llegar a ser. Lo vuelve a descubrir recién, abrumado de no encontrar trabajo, sin dinero para cubrir necesidades básicas. Sin embargo, justo cuando lo peor se avecina, encuentra las monedas, deposita la esperanza en la esposa, quien al levantarse seguramente le prestará dinero, dándose incluso tiempo de ponerle atención al problema del fútbol. Suena la cadena del baño. Tras el rechinar de la puerta, emerge una silueta femenina irregular. “¿No puedes dormir hoy tampoco?”, le dice. El hombre arquea las cejas hacia arriba. Medio dormida, con el brazo extendido para protegerse los ojos de la luz, le habla. “Me olvidaba de algo ¿Te acuerdas de mi tía, Luz Elena? ¿La del Cauca, la que los paras le mataron a dos de los primos del marido?”. “Si”, contesta el hombre elevando la mirada perdida en la mesa. “Bueno… ¿Cómo te parece que Usnabi, mi prima, no tenia trabajo y la cogieron pasando droga en España?” El marido menea la cabeza. Cansada aún, al no percibir el menor interés, lo despide como puede. “Me voy a dormir. Pon un poco más bajo el volumen, que mañana me levanto temprano”. Camino al dormitorio, se le oye decir por lo bajo: “A ver si mañana esta señora me paga y le compro el libro de lectura a Camilo”. Ni la escucha. Fastidiado por el reclamo, obedece pensativo. Lo obsesionan las implicancias de la ausencia de Galván Rey. Advierte del olvido de pedirle anticipado el dinero. No importa. Lo recordará a primera hora. Tras la nueva tanda publicitaria, la cortina musical anuncia el regreso del programa. Una bella presentadora se refiere a la “ayuda” del gobierno, cada dos meses, a las madres cabezas de familia. Aparecen en el instante de percibir alrededor de doscientos mil pesos, con los detalles subtitulados al pie de la pantalla. Luego, un periodista describe los entretelones del reparto de leche a unos niños en el departamento del Chocó. “Y después dicen que Uribe no hace nada… ¡Qué va! ¿De qué se quejan algunos? ¿O quieren vivir como ricos todos, mandar a los hijos a la universidad? ¿Qué se creen? ¡Con todos los abogados, ingenieros y doctores que tenemos!”. Las primeras imágenes de una larga hilera de gente,le advirtieron que debe ir a insistir para obtener la ayuda del SISBÉN, dado que en sus oficinas no le quisieron reconocer el grado de estrato uno a su vivienda y su familia, entre otros beneficios, se vería privada del acceso gratuito a la salud.

Extrañamente, el despertador coreano de la repisa no suena. El noticiero esta por concluir. En lugar de la hilera, comienzan a transmitirse los desmanes de una multitud de ahorristas, reclamando la devolución de su dinero frente a la sede de la empresa DMG de Nariño. “Dos amigos me vinieron a buscar para ir a depositar plata. Yo no quise, aunque ellos me dijeron que hasta los hijos de Uribe trabajaban ahí y era algo seguro, donde se podía triplicar la platica. Al final tenía razón. Si se dejaron estafar, es problema de ellos. El presidente hizo bien de avisar que no pagaría con plata del gobierno. No podemos perjudicarnos todos por culpa de unos pocos. ¿O me van a decir que de esto la culpa también la tiene Uribe?” No puede seguir diciéndose más, obligado a despertar a la esposa. Los niños eran una hora más tarde. Al erguirse de la silla, la mujer ya se esta vistiendo. La nota malgeniada. “Oiga; ¿Tiene cuatrocientos pesos? Para las arepas”. La esposa, sin dejar de acomodarse el cinturón debajo del abultado abdomen, lo mira fugazmente de reojo. “No tengo. Si compras arepas, córtalas a la mitad”. El hombre da unos pasos hacia la hornilla, pero advierte que relega un detalle. Retrocede. “¿Y usted no va a comer nada?”. La mujer es lacónica. “No. Estoy de afán. Salgo ya, a ver si de pronto la dueña de la casa me adelanta la plata y puedo ir a comprarle el libro al niño, antes de empezar a trabajar. En la escuela lo molestan de tanto que pide prestado. Anteayer, se peleó con un compañero, porque se reía de los tenis rotos. Y la maestra lo puso en penitencia a él, ya que además le había llamado la atención por el libro de lectura. Melba es una buena maestra, pero se le termina la paciencia. Tiene como a sesenta alumnos hacinados en el aula. Está muy estresada. No sabe como controlarlos a todos. Y con lo maleducados que están, especialmente los varones”. Mientras le cuenta, el hombre va a calentar agua de panela, para no dejar que su mujer se fuera con el estomago vacío. La mujer acaba de sujetarse los cordones de unas botas desgastadas de color ámbar. Le arrebata el tazón. Bebe de a sorbos rápidos, entrecortados. Le transmite el interrogante a flor de labios. “Mi hermana me preguntó cuando irías a buscar el carbón para las arepas”.“No sé…No. No se si seguir haciendo, porque el vecino de al lado y un tipo, en la otra cuadra, montaron un puestico. Ya no rinde como antes”, se excusa el marido. “¿Usted no tenía mil pesos ayer?”. La respuesta demora algunos segundos en llegar. “Usé una parte para hacerme el chance. Nunca se sabe cuando se puede ganar y la plática siempre hace falta. ¿Y cómo puede estar cansada la maestra, si tiene vacaciones desde fin de año hasta febrero?” La mujer decide ignorarlo. Le devuelve la taza, casi por la mitad. Toma la cartera apresurada, sin despedirse. Desde afuera, lo conmina. “Acuérdate al menos de la “U”. El hombre la contempló absorto, sin comprender. “La lista de gente del Partido de la U”, repitió. “Si damos votos, prometieron regalar mercados antes de las elecciones”. “¡Ahhh!, recordó enseguida. ¡Ahorita a la tarde voy”.El tronar de la cerradura lo devuelve al estado de exasperación previa. Los gruñidos del duodeno, la carencia de la pequeña suma necesaria para impedirlo, vuelven a convocar sus relegadas preocupaciones. Galván Rey, el desempleo, las arepas, las monedas, el desayuno de los hijos. La tragedia diaria de un optimista a prueba de dificultades, capaz de soportar la vida por saber que no es tan mala como algunos “terroristas” analizan y suponen, privándose de compartir la felicidad con él.

El hombre se mira al espejo. Lava su cara. Intenta peinarse. Sale a la calle. Pide fiado un “Caribe” en el estanco de la mitad de cuadra, para fumarlo mientras preparaba el desayuno. Sonríe aliviado al recordar la proximidad de fin de mes, cuando la hermana le hará llegar la ansiada remesa desde Estados Unidos. Se las arregla para evocar a uno de los familiares asesinados de la esposa. Con el cigarrillo sin encender, babeado el filtro, avanza impaciente, emprende la vuelta. Musita: “Yo a mi esposa no le quiero decir nada. Pero en algo raro andaría esa pinta para que la maten. Uno no se puede meter. La última vez que lo vi fue para Navidad, medio prendido. No le convencía Uribe. Por eso lo deben haber hecho salir. Decía que primero le bajaron el sueldo por la ley y después, a los meses, se negaron a renovarle el contrato en donde trabajaba desde hacia quince años. A mí me parecía de mucho carácter, como picao. Hay gente que no quiere entender que toca estar con Uribe. ¿Qué culpa tiene el gobierno si a él lo echaron? Y seguro, fue por hablar mal de Colombia y del presidente”. Cruza la calle. Compra dos arepas. Llega al frente de la casa. Se detiene. Nervioso, enciende el cigarrillo. Sopla humo al filtro. Con ágil esfuerzo, abre la puerta con el hombro, de un empujón. Molesto por la percepción de la realidad según imaginarios terceros, procede a la enérgica réplica consigo mismo. “¿No saben lo que era este país cuando estaban Gaviria, Samper y Pastrana? Uribe es el mejor presidente que ha tenido Colombia. Si no estuviera, este país se hubiera llenado de guerrillos y comunistas… ¡Acá tendríamos metidos a Chávez y a Correa juntos! Ojala lo dejen volver a presentarse para un tercer mandato, así vamos con mi mujer y toda la familia a votarlo de nuevo. Puede ser que el hombre tenga sus errores, como todo el mundo. Pero en todo caso; ¿cuándo estuvimos mejor que ahora?...”.

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