El estamento militar en Colombia es una especie de república independiente. Cuando uno escribe cualquier cosa que tenga que ver con ellos, el bolígrafo tiembla un poco entre los dedos: uno sabe que están mirando, vigilando, apuntando.
Los militares viven en barrios aparte; en sus instalaciones pueden pagar las condenas ciertos presos civiles que, por algún motivo, les caen bien. Los militares no se jubilan como el resto de nosotros, a los 62 años, sino que se pueden jubilar a los 40, incluso antes, a veces a los 38. Tienen, pues, un régimen de pensiones particular. Se llevan la segunda partida más grande del presupuesto nacional y lo manejan según su propia contabilidad, como si fueran un Ministerio de Hacienda aparte.
Algunos de los militares que se jubilan en plena juventud abren empresas de vigilancia porque a ellos les conviene mucho que la seguridad sea privada, es decir, pagada, y no pública. También ofrecen servicios especializados internacionales al mejor postor. Hay quienes actúan, ya retirados, en las guerras que emprende Arabia Saudí, a las cuales los saudís de pura cepa no van. Si operan por allá, digamos en Yemen, les pagan muy bien.
Según el primer ministro de Haití, Claude Joseph, también son capaces de entrar en la casa de un presidente en ejercicio, en este caso Jovenel Moïse, y matarlo. Mano de obra sanguinaria calificada, pues. ¿Es para eso para lo que los entrenan aquí, entonces? Al parecer no todo el comando mercenario estaba compuesto por exmilitares colombianos; por ahora van 13 confirmados, cinco oficiales o suboficiales en retiro, cuarentones (¿jubilados ya?), y seis exsoldados profesionales, con formación de élite pagada por todos nosotros.
Los mercenarios que asaltaron la casa del presidente de Haití eran 28, 26 colombianos y dos de nacionalidad doble: Haití y Estados Unidos. Estos dos declararon que eran los “traductores” del grupo. Siete de los 26 colombianos están muertos. Otros 13 están presos. La unidad investigativa de El Tiempo publicó sus nombres y sus grados. Afirma el diario haitiano Le Nouvelliste que los colombianos llevaban armas de alto calibre y fajos de billetes de 100 dólares. Al entrar en la casa del presidente, notificaron que eran un comando de la DEA en un operativo de control antidrogas. Once de los mercenarios detenidos se refugiaron en la Embajada de Taiwán. Allí los capturaron. Supongo que si fueran inocentes se habrían refugiado en la de Colombia. Tres de los mercenarios colombianos se fugaron y las autoridades de Haití piden a la población que denuncie a cualquier sospechoso. Por culpa de ellos, todos los latinoamericanos en Haití se han vuelto sospechosos.
La captura de los 13 se dio gracias al cierre de fronteras y aeropuertos y a denuncias de particulares. Los mercenarios colombianos, según datos del periodista Frantz Duval, entraron en esa parte de la isla por el paso fronterizo de Carrizal, con República Dominicana. Llevaban botas iguales y vestían bluyines y camisetas negras. Aunque algunos del comando colombiano declararon que su intención era detener y no matar al presidente, este recibió 12 impactos de bala, varios de ellos en la cabeza, uno en un ojo y uno en cada tetilla. Además torturaron al presidente antes de matarlo: le quebraron un brazo y un pie. Curiosa forma de intentar apresar a una persona, torturándola y disparándole a la cabeza y al corazón con proyectiles de 9 mm. Uno de los mercenarios colombianos está acusado de participar en un caso de “falsos positivos”.*
Sin control
Las investigaciones realizadas en Haití, por el asesinato de su presidente, Jovenel Moïse, han dado como resultado la aparente participación de 26 mercenarios colombianos, entre los cuales, seis ex militares estarían involucrados.
Este acontecimiento llamó la atención de la comunidad nacional e internacional que cuestionan cómo profesionales militares del país pudieron participar en el hecho.
Cabe señalar que en las últimas horas han surgido nuevas hipótesis que sugieren que los antiguos miembros de las fuerzas militares, aparentemente llegaron el 7 de julio para formar parte del equipo de seguridad del difunto presidente, y que ante los tiroteos habrían auxiliado a la primera dama.
El antiguo director de Justicia Penal Militar, Alejandro Ramírez aseguró que “no hay un control efectivo del Gobierno sobre ellos (ex militares), puesto que el reclutamiento de las bandas delincuenciales, es un tema que puede suceder en los miembros retirados de las fuerzas militares como se ha visto en otros casos”.
Bajo este concepto, el analista político, Rafael González, explicó a este medio que el Ejército no se puede ver comprometido por los actos perpetuados en Haití.
“El Ejército mantiene y da un entrenamiento que cumple con unos estándares internacionales dentro de los cuales se enseña que el mercenarismo es un crimen. Por constitución política los funcionarios públicos solamente están autorizados para ejercer ciertas y determinadas facultades dentro de las competencias que hayan sido asignadas, y una vez salgan de la institución ya son civiles y son tratados como tal”, indicó.
Teniendo en cuenta este panorama, según contó Ramírez, en muchas ocasiones los grupos criminales de otros países como Medio Oriente, pueden reclutar personal experimentado, con el fin alcanzar objetivos como dominio de territorio y el narcotráfico.
Frente a este aspecto, Haití debido a su posición geográfica se ha convertido en un punto clave para el tráfico de drogas, lo que hace que se comience a tener interés en el alistamiento de profesionales militares que contribuyan a este objetivo.
“Colombia tiene una mano de obra calificada en materia de conflicto por lo que ha vivido en más de tres décadas. Se ha vuelto un lugar donde han reclutado miembros retirados las fuerzas militares e inclusive la policía, para ese tipo de ejércitos”, aseguró el ex director.
Lo anterior, ha llevado a replantear cómo se están adelantando los procesos de formación al interior de las fuerzas militares y la policía.
De acuerdo con el ex director, a pesar de haber mejorado las técnicas de reclutamiento y preparación de los soldados, aún existen políticas internas que hacen que afecta este proceso.
“Hay que mantener unas políticas organizacionales muy estrictas en la promoción del personal y el capital humano dentro de las fuerzas que las aleje de la corrupción, de las malas conductas. Un sistema disciplinario fortalecido lejano a la corrupción y un sistema de justicia que sea fuerte, y en eso ha pecado Colombia”, aclaró.
Es importante señalar que, según explicó el comandante general de las Fuerzas Militares de Colombia, Luis Fernando Navarro, la formación de los reclutas que entran al ejército, “es una capacitación para defender los intereses de los colombianos”, por lo que tras culminar su proceso, se da un año de preparación para que estos soldados puedan reintegrarse en la sociedad.
Escribe: HÉCTOR ABAD FACIOLINCE*
Fuente: KIEN Y KE / PORTAFOLIO (COLOMBIA) / DIARIO EL ESPECTADOR (COLOMBIA)*
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